3 pasos para gestionar ideas que pueden apuntalar tu éxito
“Todos estamos a la distancia de una buena idea puesta en práctica para lograr el éxito” solía decir Joachim de Posada en sus animosas conversaciones y conferencias. Su frase era tan provocadora, como compleja.
En un reduccionismo analítico, cualquiera que aspire a lo que sea que visualice como éxito se concentrará en desear o procurar que una mañana le brote espontáneamente algo magnífico.
En su definición más simple, una idea es una representación mental que surge a partir del razonamiento o la imaginación. Y sí, puede brotar por estímulos de lo más diversos.
¿Cómo gestionar las ideas que tengan cualidades o que se perciban prometedoras en un emprendimiento o en una organización? Aquí 3 reflexiones para aproximar la respuesta:
1) Las ideas se nutren y se perfeccionan. – No es común que una idea resulte óptima a la primera. Antes de matarla o descartarla, la idea debe ser anotada y rebotada con terceros bien elegidos para que sea enriquecida con ángulos complementarios, con debilidades notorias y con sugerencias de implementación.
2) No hay que enamorarse de la idea, sino de sus efectos. – Ninguna idea tiene mérito por sí misma, sino por lo que produce en la realidad. La autodefinida mejor idea del mundo puede resultar inútil si no es implementable, primero, y si no produce efectos positivos para la organización que decide ponerla en práctica, segundo. De hecho, más temprano que tarde, cada idea afinada debe ser piloteada para validarse en un entorno de implementación específico.
3) Hay ideas que tienen que esperar su momento. – No hay idea sin contexto específico. Y lamentable o afortunadamente no siempre surgen en ambientes, tiempos u organizaciones óptimas para su implementación. Si éstas no pueden ser puestas en marcha con la fuerza, escala y persistencia necesaria para probar buenos resultados, aún ideas ya validadas y con buenos augurios tienen que esperar mejores momentos.
En cualquier caso, es importante advertir que las ideas brotan a partir del piso de conocimiento del que disponemos los seres humanos. Requieren una capacidad específica para observar, para escuchar y para advertir variaciones relevantes de un fenómeno, un proceso, un mercado o una operación.
Y es que todos podemos ver, escuchar o percibir una realidad o fenómeno cualquiera dentro de una organización, pero sólo aquél que dispone de determinada experiencia, de una visión afinada o de una sintonía profesional correcta podrá advertir algo diferente, incremental, novedoso o ajustable que produzca una nueva idea con méritos y que se clasifique como buena en ese ambiente específico en el que se presenta.
Es natural que cuando ya se posee una idea capaz de producir valor en determinada forma, sus propietarios aspiren a ponerla en práctica con intencionalidad y propósito. Pero subrayo, que las ideas sólo son tan buenas como su capacidad para producir resultados medibles.
De hecho, en el sector privado hay quienes definen una idea, no como una creación intelectual, sino como un intento sistemático y organizado de cierto conocimiento convertido en proyecto–– que, al interior de una determinada empresa u organización, aspira a crear o mejorar resultados para quienes resulten ser los beneficiarios de esa inversión de tiempo, recursos y talento.
Por ende, si todavía tuviese la oportunidad de discutir con de Posada, me tomaría el atrevimiento de editar su multicitada frase y le diría: Todos estamos a la distancia de una idea cuidadosamente afinada y validada, puesta en práctica con disciplina y persistencia, para catalizar nuestras respectivas posibilidades de éxito.