Cuando todo es prioridad, nada es prioridad
Hacer negocios es enfocar recursos –normalmente escasos– en una combinación óptima de producto y servicio que produzcan el mínimo valor percibido necesario para que un cliente esté dispuesto a pagar ocasional o recurrentemente por ello. Lograrlos obliga a priorizar.
Y en ese esfuerzo, no se tarda mucho un empresario o director de empresa en concluir que cuando todo es prioridad, nada es prioridad en su organización.
En su definición más simple, una prioridad es algo lo suficientemente importante frente al resto de las cosas en tu espectro de control y responsabilidad que amerita ser atendido con mayor celeridad. El acto de priorizar obliga a elegir. A dejar ciertos asuntos de lado, en aras de procesar otros primero.
¿Cómo ponderar unas cosas sobre otras para concentrar la energía en aquello que se define como prioritario? ¿Qué involucra el hábito directivo de definir prioridades? Aquí tres criterios para la reflexión:
1) Claridad en la anterioridad.- La dinámica ordinaria de cualquier compañía, más los bomberazos que inevitablemente surgen un día sí y otro también, producen condiciones idóneas para que sea la inercia o los requerimientos de terceros los que concentren el grueso del actuar.
Priorizar requiere establecer un número definido y limitado de actividades o asuntos en cierto orden y con cierta asignación metódica de tiempos.
2) Disciplina en el uso de energía y recursos.- Prioridad que no va acompañada de los recursos adecuados y proporcionados para lograr que se materialice en la realidad en un tiempo tan razonable como funcional es poesía.
El uso de capital, talento humano y energía organizacional deben estar alineados y gestionados a eso que se ha definido como la o las prioridades.
3) Fortaleza en el momento de excluir.- Dejar de hacer ciertas cosas produce todo tipo de reacciones, quejas explícitas, desconcierto legítimo o descontrol momentáneo.
Descartar algo o prescindir de alguien obliga a fijar una posición y a sostenerse en ella en tanto los efectos de las prioridades materializadas empiezan a notarse positivamente.
Todo negocio tiene múltiples métricas que resultan críticas y, en consecuencia, deben ser monitoreadas y gestionadas. Y aunque cada indicador y sus respectivas acciones puedan argumentarse como altamente relevantes, una organización saludable debe definir –clara y sostenidamente– qué sí es prioridad y qué (aunque valioso o trascendente) no lo es en determinado parámetro de tiempo.
Priorizar implica discriminar. Incluye aprender a decir “eso no” o “eso nos desenfoca de lo prioritario”. Involucra explicar a cada colaborador que su energía y talento deben ser alineados a eso que se ha decidido como la o las prioridades número uno de la organización.
Y es que nadie tiene prioridades estratégicas en una empresa hasta que aprende a decir que ‘no’.