Diferencia entre objetivo y deseo, lo que algunos nunca acaban de entender
Una de las virtudes más plausibles en un individuo es la capacidad para definir objetivos en su vida y en su trabajo. Más aún, si lo hace de manera múltiple, persistente e incremental.
Las organizaciones, sin embargo, están repletas de personas que viven de forma inercial y nutren sus días (laborales y de placer) con una suma de actividades que carecen de direccionamiento, sentido individual o intención de resultado explicito alguno. Desean cosas, pero no tienen objetivos.
Y es que uno pide o reza por un deseo, pero trabaja intencionalmente por un objetivo. Un deseo es impredecible e incontrolable. Un objetivo es gestionable, medible y razonablemente programable. Con fe o sin ella, en ninguno de los dos se tiene control pleno, pero en deseo se deposita el impredecible resultado esperado en la benevolencia de un tercero. En el objetivo, la expectativa se deposita en el esfuerzo y el talento propio y en la capacidad y confianza para producir su materialización.
Como suele afirmar Randy Marshall en sus conferencias, “un objetivo es algo que sólo tú posees y sólo tú puedes lograr”. No confunde la actividad con el resultado. Aquí tres características inherentes a todo objetivo:
1) Tienes que trabajarlo para lograrlo: Sin importar su sencillez o complejidad, si tú no lo trabajas, no se va a materializar nunca. Puede haber contextos que lo favorezcan o que incrementen su complejidad, pero ello no elimina la necesidad imperiosa de trabajar en determinado grado para que se produzca.
2) Tiene que ver con actividades programables: Cualquier objetivo se puede dividir en etapas, fases o tramos y, por ende, requiere de priorización de tareas, administración de recursos y energía disponibles y de una suma articulada y programada de actividades dentro de un marco llamado tiempo. Detállalo tanto como lo juzgues necesario, escríbelo y tendrás un plan.
3) Si son programables, son medibles: Haciendo cortes en el tiempo, se puede conocer el grado de avance de todo objetivo. Puede haber circunstancias que hayan favorecido o detenido su evolución, pero ello no elimina la posibilidad de controlar su gestión y de revisar actividades con conciencia del punto en el que se encuentra.
Vivir y trabajar con y por objetivos es una decisión. En el mejor de los casos un hábito asimilado en casa o en los primeros trabajos que le dan forma a mucho de nuestro actuar profesional. Parte de entender que si bien todos tenemos el mismo tiempo cada día, disponemos de la capacidad para enfocar nuestros esfuerzos y talentos en acciones alineadas a nuestros propósitos, los personales y los profesionales.
Convencida de que tenía que establecer objetivos, no hace mucho me preguntaba una joven como distinguir entre una actividad y un resultado. Le respondí con una reflexión que alguna vez le escuché a un hombre muy exitoso, quien –palabras más, palabras menos– me dijo: cuando una mañana vas a una ferretería a comprar un taladro, no estás buscando el aparato, lo que quieres es un hoyo en un muro. Y si me apuras, complementé, lo que realmente estás pretendiendo es que luzca bien lo que sea que vayas a colgar en esa pared.