El arte de procesar ideas al interior de la organización
Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 23 de abril de 2018
Todo parte de una idea, se afirma en el mundo empresarial, pero no cualquier idea.
En su pasada columna ‘Estrategia de Guerra, Estrategia de Negocios’, mi exprofesor en el IPADE, el Dr. Carlos Ruiz, reflexionó que el director de empresa, cuando afina su estrategia, se hace múltiples preguntas. Entre ellas, ¿cómo me aseguro que compartamos las mejores ideas tanto en mi equipo como en mi organización?
En su definición simple, una idea es la representación mental de algo que surge a partir del razonamiento o de la imaginación. Si es buena o mala, atinada o no, es definido después por el juicio de quienes la filtran o ponderan.
Para procurar que las ideas tengan una buena oportunidad de ser verbalizadas, trabajadas y bien utilizadas al interior de cualquier equipo, conviene perfeccionar la capacidad de sus miembros para generarlas, procesarlas e instrumentarlas.
Esa capacidad organizacional tiene algunos componentes y es la sumatoria de las habilidades individuales de sus miembros:
1) ¿La idea ha sido meditada o es una ocurrencia espontánea del momento?
La espontaneidad puede derivar en instantes de brillantez, pero las ideas masajeadas suelen tener mejores ingredientes de calidad.
2) ¿La idea está nutrida por información distinta o sólo con información del dominio del equipo? Es un buen hábito nutrir las ideas con información nueva, externa, adicional o de un área distinta. Ideas ensimismadas suelen tener limitaciones de origen o sesgo.
3) ¿La idea está siendo presentada en el momento más oportuno posible? No hay momentos perfectos, pero sí unos mejores que otros y sí otros claramente imprudentes. En el mejor interés de la idea misma, el timming hay que encontrarlo.
4) ¿La forma de transmitir la idea es la más conveniente posible? ¿Cómo se expone? El orden de los factores y la administración de las reacciones son –en ocasiones—más importantes que la idea misma. Hay ideas con enorme valor, que son aniquiladas por sus autores en el momento mismo de presentarlas.
5) ¿Los destinatarios de la idea son los correctos para su procesamiento? Dejemos de lado que podamos ‘quemar la idea’ o el riesgo de que ‘se la vuelen’. Un enfoque a la utilidad del proceso mismo obliga a asegurarse de que los receptores para el análisis de la idea sean los adecuados para su potencial adopción.
6) ¿Se han anticipado las muy probables descalificaciones (explícitas o implícitas) que surgirán toda idea? Pretender que en cualquier contexto una idea sea recibida sin reacción negativa alguna, sin reserva o sin algún dejo de incomprensión o celo, es una ingenuidad que ignora la condición humana. Toda idea debe estar preparada para el cuestionamiento intensivo y la posible descalificación.
7) ¿Se está abierto para mejorar la idea con las reacciones y retroalimentación que se reciban? No hay peor cosa que una idea escrita en piedra o en una mente inflexible. Nutrir la idea con las aportaciones de terceros es tan necesario como enriquecedor. Esto incluye observaciones que, aunque no nos caigan bien en su forma, resultan en el mejor interés de la idea misma.
8) ¿Es una idea alineada o desalineada a la estrategia definida del negocio? Ambas cosas pueden resultar útiles, pero –por sus efectos– se debe tener la sensibilidad para distinguir cuando conviene presentar una u otra.
Y es que una buena idea debe ser tratada con método para que nazca bien. Su autor debe entender que se convierte en mejor idea cuando ésta es sometida, continua y atinadamente, a un proceso de enriquecimiento por sus méritos, en análisis inteligentes y críticos.
Pero si me apuran, lo que más ayuda en la dirección de empresas es la producción continua de ideas útiles. Esas que no son obra de la casualidad, sino producto de una construcción, comunicación, adopción y materialización óptimas, con resultados funcionales y exitosos bajo los parámetros que agregan valor en esa particular organización.