Impaciencia digital
Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 20 de septiembre de 2021.
Lo que casi nadie se atreve a decirle a quien proyecta impaciencia digital recurrente es que muchos de sus problemas no suelen obedecer a fallas de la tecnología, sino a su propia impericia.
El momento desespera a más de uno. Puede resultar en una perturbación del más templado estado de ánimo de muchos. Es un instante de prueba combinada de nuestra entereza, capacidad funcional e inteligencia emocional.
Cuando, con razón o sin ella, nuestro dispositivo móvil o nuestra computadora no hace lo que nuestra expectativa visualiza que debería estar haciendo; cuando se pone a actualizar sistemas o simplemente solicita la definición de parámetros que no nos son afines, surge una prueba espontánea de nuestra pericia tecnológica y aflora nuestro grado de impaciencia digital.
En su definición más simple, la impaciencia es la falta de capacidad para esperar a que algo suceda sin perder la calma; o bien para materializar acciones minuciosas que requieren tiempo y destreza sin que se altere el estado de ánimo en forma contraproducente.
¿Por qué deberíamos advertir y contener nuestro respectivo grado de impaciencia digital cada vez que la realidad virtual nos ponga a prueba?
Aquí tres razones para la reflexión directiva:
1) La funcionalidad óptima es una resultante, no un deseo.- Es un equilibrio consecuencial entre la capacidad técnica de tu equipo, la actualización continua de tus sistemas, la parametrización de tus preferencias y expectativas alineadas con las necesidades de funcionamiento de un cierto momento.
El menor de los desequilibrios provoca una modificación negativa en el uso pretendido de la tecnología a disposición, obligándonos a elevar las capacidades totales al nivel de la expectativa funcional o a reducir las expectativas al nivel de las posibilidades reales.
2) Hay que entender la lógica del sistema y mantenerse en ella.- Toda aplicación o sistema operativo es arquitecturado no sólo con cierto raciocinio funcional, sino con supuestos de aplicación específicos. Si el uso pretendido es bien encuadrado en esa lógica, todo suele fluir en parámetros correctos.
No es inusual, sin embargo, que en el deseo de optimizar presupuestos o de evitar nuevas implementaciones, las empresas les exijan a sus sistemas vigentes funciones para las que no fueron diseñados. ‘Meter el cuadrito en el triangulito’ decimos en mi organización cuando nos sorprendemos en esa tentación o nos confrontamos con limitaciones.
3) Todo escalamiento provoca cierto nivel de incomodidad procesal.- Pretender correr nuevas funcionalidades libres de molestias o de contratiempos es inocente. En sistemas, crecer capacidades obliga a actualizaciones frecuentes; o bien, a cambiar equipos para alojar nuevas exigencias.
Sí, la experiencia del usuario y los presupuestos deben estar en el centro de todo diseño digital, pero el tomador de decisiones no debe pretender que todo nuevo uso puede ser libre de cierto nivel de incomodidad temporal o estructural en quienes viven las funcionalidades diseñadas.
No deja de causarme gracia cuando descubro a una persona preguntándole en voz alta a su dispositivo ¿por qué está haciendo (o no) tal cosa? Y le alzan la voz o lo agitan como si ello ayudase en algo.
A los impacientes digitales alguien tiene que decirles que todo tiene una explicación (pero hay que encontrarla); que siempre hay limitantes con las que hay que vivir (hasta que se sobreponen); que las funcionalidades se pueden rediseñar (pero ello suele exigir tiempo, recurso o ambos); y que todos los sistemas –para mantenerse en óptimo– requieren actualizarse (lo que crea compás de espera).
Lo que casi nadie se atreve a decirle a quien proyecta impaciencia digital recurrente es que muchos de sus problemas no suelen obedecer a fallas de la tecnología sino a su propia impericia digital, combinada con una reducida disposición para atenuarla. Pero como diría la Nana Goya en aquellos exitosos comerciales de Inverlat: “…esa, es otra historia”.